26 de abril de 2012

La testimoniancia de Miguel Mendoza Bonilla


De niño creció entre toneladas de basura. Su límite era la costa del lago de Managua, pero un día Miguel Mendoza descubrió que podía llegar más lejos.


“Un día llegué a pensar que me quedaría a vivir en La Chureca. Qué bueno que no fue así. En este lugar es fácil que tus sueños jamás se hagan realidad, porque es un espacio que te atrapa y no te deja ver otras oportunidades”. Miguel Mendoza Bonilla, sociólogo, ex niño trabajador de La Chureca.Un gran cerro de basura estaba frente a él. Era tan grande que no creía que podría escalarlo con facilidad. Las manadas de zopilotes de color negro brillante volaban sobre su cabeza y descansaban en el pico de esa montaña de desperdicios, donde un tesoro podría estar esperando a ser descubierto. Es el primer recuerdo que guarda Miguel Mendoza Bonilla de cuando a sus 8 años de edad llegó a trabajar en el basurero capitalino, conocido como La Chureca.
25 años después el niño Miguel, hoy un hombre de 33 años, se ha convertido en sociólogo, graduado de la Universidad Centroamericana (UCA). Trabaja como promotor social rescatando a adolescentes y jóvenes en pandillas, y de vez en cuando visita La Chureca, un pasado que no podría olvidar. “De mi pasado no me avergüenzo, me anima para saber que puedo lograr mucho más”, dice Miguel.

Saliendo de la basura
Hijo de un padre alcohólico, Miguel compartía el hogar con su madre de crianza, una mujer que le ponía la rienda, recuerda Miguel.
A pesar de que para su padre le daba lo mismo si iba o no a la escuela, Miguel no dejó de ir aunque muchas veces pensó en renunciar, cansado de repetir los grados, fueron tantos que logró terminar la primaria cuando ya cumplía los 15 años.
 A La Chureca llegó en busca de dinero y lo conseguía. Antes y después de la escuela corría con su saco y un gancho a “pepenar” hierro, cobre, plástico y suelas de zapatos. Después de horas de sol, en medio del hediondo desperdicio que muchas veces lo hicieron vomitar, Miguel lograba ganar hasta 50 córdobas. “Bastante dinero para un niño en esas condiciones”, valora Miguel.
Un proyecto no gubernamental que trabaja con los niños de La Chureca fue el espacio que Miguel encontró en medio de tanta basura, para saber que además de pepenador podría ser mecánico, carpintero o dibujante, o bien astronauta, hasta donde su fuerza y empeño lo llevaran.
“Este proyecto es de ustedes”, les dijo en una ocasión el promotor. Miguel se preguntó, “¿cuándo será mío?”, sin darse cuenta sería uno de esos niños que estaba a punto de encontrar un nuevo camino. Y el inicio fue decidir dejar el basurero. Terminando el sexto grado de primaria Miguel dejó su saco y el gancho y empezó a ver más allá del lago.

Nunca dejó la escuela
Dificultades no faltaron. A veces no había lapicero para escribir o un cuaderno limpio donde hacer las tareas, pero Miguel no se rendía.
El proyecto lo becaba con material escolar y entre uno que otro trabajo ocasional logró terminar la secundaria.
Una mañana de 1995 llegó la noticia sobre elEncuentro Latinoamericano de Niños Trabajadores. Se realizaría en Bolivia y Miguel sería uno de los representantes.
“Viajar hizo que mis alas crecieran más grandes que las del avión”, comenta Miguel. En Bolivia conoció a más chavalos con similares y más duras historias que la de él.
Para ese momento Miguel ya era promotor del proyecto y estaba en secundaria. Llegó la invitación a otro viaje. En 1997 otro congreso de niños y adolescentes trabajadores, esta vez en Perú. Por supuesto que Miguel logró asistir.

Un ángel aparece
Recién bachillerado, Miguel contaba además de su diploma, con una carrera técnica en mecánica, y empezó a ejercerla en un taller del mercado Oriental.
Su sueño era ser periodista, pero una volante sobre la carrera de sociología lo hizo entender que su carrera era esa.
A través del proyecto apareció la oferta de una mujer sueca. “Mi segunda madre”, dice ahora Miguel.
La mujer se ofreció a pagarle la universidad, y no eligió otra más que la UCA. Era el año 2000 y Miguel llenaba los documentos de matrícula en la universidad.
“A veces llegaba lleno de pintura y con las botas de trabajo, sucias y con olor a mecánico, pero jamás me dio pena, era peor llegar tarde a clases o dejar de ir”, dice Miguel. Muy pocos compañeros sabían su historia.
Su tesis monográfica aborda los riesgos y consecuencias de los niños trabajadores de La Chureca, un estudio que ya ha logrado la oferta de una editorial española para su publicación. Miguel por alguna razón la está pensando.
Mientras se decide espera el fallo final de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM), donde podría cursar este año su maestría en antropología social.

Ropiendo el círculo
“En La Chureca aún quedan muchos de los que yo conocí de niño”, reconoce Miguel. Son personas que no vieron más allá del lago como lo hizo él.
“En La Chureca se aprende mucho, sobre todo a valorar cada oportunidad... ellos no quieren estar ahí, pero las circunstancias de la vida y sin nadie que los ayude, son las razones por las que continúan”, dice Miguel.
A finales de este mes Miguel regresa a Perú, pero esta vez no por ser un niño trabajador, ahora es porque resultó ganador del concurso de movimientos sociales sobre niñez y adolescencia trabajadora. “Ahora solo vuelvo a La Chureca para ayudar”, asegura Miguel 

Róger Almanza G.

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